El tesoro del anciano
Mateo 13: 44 “Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo…”
Cuenta la leyenda que unos ladrones entraron en la sencilla vivienda de un anciano comerciante en Venecia. Ellos se habían enterado que él poseía un tesoro muy valioso.
Seguramente alguien lo había delatado, ya que el hombre, de manera inocente, había manifestado públicamente la inmensa felicidad que tenía después de recibir el tesoro.
Cuando estos sinvergüenzas entraron, el anciano estaba sentado y leía en paz, un libro grueso de tapas negras.
Cuando él los vio, no se hizo demasiado problema, al fin de cuentas tenían muy poco que robarle. Los miró con tristeza y los invitó a sentarse junto a él para seguir la lectura.
– Queremos tu tesoro – le gritaron con insolencia – ¿Dónde lo tienes escondido?
El anciano no se inmutó demasiado a pesar de lo temibles que parecían. Y les señaló con el dedo hacia arriba.
– ¡Arriba! – Gritaron ellos – Corramos a la planta alta
Mientras ellos hacían todo tipo de destrozos, ruidos y griterío, al buscar el tesoro del anciano, él seguía sereno la lectura.
– Hemos buscado el tesoro y no está en la planta alta – le gritaron impacientes – ¡Dinos por última vez dónde lo tienes escondido!
El anciano los miró con pena y volvió a señalar hacia arriba con el dedo.
– ¡En la terraza! –Vociferaron, al pensar que todavía quedaba un sitio más donde buscar – ¡Corramos a la terraza!
Pero la azotea estaba vacía. No había ningún rastro de tesoro por allí. Los dos descendieron furiosos y agarrando al anciano de la chaqueta, lo obligaron a subir con ellos.
– Dimos ahora ¿Dónde está el tesoro? – lo increparon con furia.
El anciano que siguió conservando la calma, alzó la vista hacia el cielo y les dijo.
– Allá arriba ¿Cómo es que no lo vieron? – les preguntó con inocencia.
Los delincuentes desencajados de ira, alzaron también la vista buscando desesperados el tesoro. Pero tambalearon y se cayeron al precipicio. Con la ventaja de que cayeron sobre las aguas de un canal. Y heridos, mojados y avergonzados huyeron despavoridos. Pero poco les duró la libertad porque tan sólo a unos metros los esperaba la policía para meterlos en la cárcel.
– Allá arriba, – Repetía el anciano señalando el cielo, ajeno a lo que había ocurrido con los malhechores – Miren, allá está mi tesoro.
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